Conviene, pues, que amaestrados por él, pasemos la vida en oración, y demos continuamente este riego a nuestras almas, pues no menos necesitamos de la oración los hombres que del agua los árboles; porque ni éstos pueden producir sus frutos si no beben por las raíces, ni nosotros podremos dar los preciosísimos frutos de la piedad si no recibimos el riego de la oración.
Conviene, pues, que al levantarnos del lecho, nos adelantamos siempre al sol en dar culto a Dios, y que al sentarnos a la mesa y al irnos a acostar, y mejor todavía cada hora, ofrezcamos a Dios una oración, y corramos de esta manera la misma carrera que el día; y que en tiempo de invierno empleemos la mayor parte de la noche en oraciones, y doblando las rodillas, con gran temor, instemos en la oración, y nos juzguemos felices en dar culto a Dios.
Dime: ¿cómo verás al sol sin adorar al que envía a tus ojos su dulcísima lumbre? ¿Cómo disfrutarás de la mesa, sin adorar al que te da y regala tantos bienes? ¿Con qué esperanza llegarás al tiempo de la noche? ¿Con qué sueños piensas ocuparte, no arrullándote con la oración, y yendo a dormir desprevenido?
Sólo por la oración venceremos a los demonios.
Despreciable y fácil presa parecerás a los demonios que andan siempre alrededor acechando una ocasión en nuestro daño, y mirando a quién podrán hallar privado de la oración, para enseguida arrebatarle.
Pero si nos vieren defendidos con oraciones, huyen al punto, como los ladrones y malvados cuando ven pender sobre sus cabezas la espada del soldado. Pero quien se encuentra desnudo de la oración, arrebatado por los demonios, es arrastrado y empujado a los pecados y calamidades y todo mal.
San Juan Crisóstomo