El mal en la Biblia: una breve introducción
Justin Sims
Introducción
Todos hemos sido afectados por el. Es como una dolorosa enfermedad universal sin tratamiento, una fuerza invisible detrás de los acontecimientos más atroces de la historia, la fuente de los problemas más graves en la sociedad, como la pobreza y la violencia, hasta las «pequeñas» dificultades que padecemos todos como el engaño y la indiferencia. Lo vemos claramente en los demás, pero a veces somos ciegos para verlo dentro de nosotros. Sin embargo, se glorifica en la cultura popular como si fuera algo mágico, la entrada principal a los placeres secretos más deliciosos, quizás por ser prohibidos. Cuando sirve a tu favor, es un juego de niños. Pero cuando sos la victima, es un arma masiva de destrucción. Me refiero al mal.
A pesar de que todos estamos familiarizados con el mal, habiendo experimentado tanto sus dolores como sus delicias, hay mucha confusión con respeto a este tema importantísimo. ¿Cuál es el origen del mal? ¿Cómo entendemos su presencia en la vida cotidiana? ¿Quién o qué es el diablo, y qué papel juega él en el drama continuo del mal? ¿Cuál es la solución para este problema? Además, descartando por un momento la torcida perspectiva del mal como fuente de placeres, el mal representa un fuerte argumento contra la existencia de Dios. No hay ningún argumento contra la existencia de Dios, específicamente el Dios la Biblia cristiana, que sea tan persuasivo y que tenga tanta potencia para derrumbar la fe de uno en un Dios de amor. «El problema del mal», como se titula en la teología, es muy fácil de enunciar. Si Dios es todo poderoso y bondadoso, ¿cómo es posible que exista el mal? Si Dios fuera todo poderoso pero malo, podría aniquilar el mal, pero quizás no querría hacerlo. Y si Dios fuera bondadoso, pero no todo poderoso, querría eliminarlo, pero no podría. Sin embargo, el mal existe y seguimos creyendo que Dios es todo poderoso (puede aniquilar el mal) y bondadoso (quiere aniquilar el mal). ¿Cómo reconciliamos esta paradoja espinosa?
Obviamente, el mal es un tema tremendamente amplio y profundo, además de ser muy personal, que no se puede agotar ni siquiera con una biblioteca entera dedicada al tema, mucho menos en un ensayo corto como este. Aun así, déjame tratar de introducirnos al tema con dos enfoques específicos: el origen del mal en la Biblia, y como se manifiesta en la vida cotidiana.
El mal en la Biblia
Según la biblia, el mal se manifiesta generalmente de tres maneras: el mal que ocasionan los seres humanos cuando se rebelan contra Dios; el mal que producen las fuerzas malignas no humanas (y el diablo entre ellos), y el mal del pecado que vive en los seres humanos como una enfermedad. Para ver todo esto, miremos los primeros capítulos de la Biblia, textos que tratan, a veces de manera mitológica, los temas fundamentales sobre nuestro universo y el creador de todo ello, y consideremos tres símbolos como representantes de las tres manifestaciones del mal: un árbol, una serpiente, y un león.
Cuando abrimos la primera página de la Biblia y leemos el primer capítulo, un relato teológico sobre la creación del universo, observamos algo curioso. A saber, que el mal no se encuentra por ningún lado. Al contrario, mientras el autor va contándonos de los días de la creación, seis veces repite la frase «y era bueno» hasta que capítulo concluye diciendo, «Entonces Dios miró todo lo que había hecho, ¡y vio que era muy bueno!» (Génesis 1:31). Vemos aquí algo muy importante, que en el principio el mal no existía. Toda la creación, incluso los seres humanos, era muy buena. Contra el neoplatonismo que denigra el mundo material como una cárcel de la cuál nos tenemos que liberar, la Biblia muestra que la creación tiene mucho valor. En vez de ser una cárcel, el relato de la creación en Génesis 1 describe el mundo original como el templo de Dios y el séptimo como su coronación. Es más, el diseño del tabernáculo y luego del templo evocan el orden y los símbolos de la creación. Muy lejos de ser una prisión, la creación está llena de la presencia de Dios y reflejaba la belleza y bondad de su creador. Quizás sea sorprendente, pero el mundo, según la Biblia, es intrínsecamente bueno y libre de maldad. Entonces, ¿cómo se quebró nuestro mundo?
Un árbol
La primera vez que el mal asoma la cara en la Biblia, aparece como un fruto delicioso colgando de un árbol. Después de que Dios puso a Adán en el jardín del Edén, le advirtió que podía comer de cualquier árbol del jardín menos el árbol del conocimiento del bien y del mal. Comiendo su fruto, le explicó Dios, terminaría indudablemente en la muerte. Adán y Eva se encuentran en un jardín hermosísimo, comen la rica comida de los árboles, disfrutan la presencia de Dios en la frescura del atardecer, pero en el medio del jardín hay algo prohibido y altamente peligroso. He allí una parte significativa del origen del mal, específicamente la capacidad que tenemos todos los seres humanos para elegir entre el bien y el mal, entre el camino de Dios y nuestro propio camino. Dios nos ofrece miles de árboles con frutos deliciosos que se pueden comer, pero nosotros no confiamos en nuestro creador y probamos el fruto del árbol que nos dará poder («en cuanto coman el fruto, serán como Dios», Génesis 3:5) y placer («el árbol era hermoso y su fruto parecía delicioso», Génesis 3:6). Dios quiere una relación con sus criaturas, y una relación verdaderamente amorosa no puede ser obligada. Por lo tanto, Dios nos da una alternativa legítima. Nos da la libertad de elegir entre amarlo a él o amar cualquier otra cosa que pretende tomar el lugar de Dios. Entonces, ¿cuál es el origen del mal? En gran parte, viene del libre albedrío de los seres humanos para hacer bien o hacer mal, para confiar en Dios o confiar en nosotros mismos. Y siempre cuando elegimos lo segundo resulta en muerte, sufrimiento, y destrucción.
La serpiente
«Un momento», alguien dirá, «los seres humanos no fueron las únicas partes responsables en ese primordial crimen. ¿Qué de esa taimada serpiente?» Adán y Eva parecen ser víctimas de la travesura o pura maldad de un tercero, una criatura «astuta»que más adelante se conocerá como «el diablo» o «Satanás» (Apocalipsis 12:9). ¿De dónde viene este malhechor y qué parte tiene en el mal que existe en el mundo?
En la cosmovisión judía, como la de casi todos los pueblos del Antiguo Oriente y la de muchas personas hoy en todas partes del mundo, el universo está lleno de fuerzas espirituales activas y pasivas que intervienen en nuestro mundo material para bien o para mal. Tanto la existencia como el origen de estos espíritus o fuerzas se asumía, no se explicaba. Negar o dudar su existencia y su obra en el mundo en aquel entonces habría sido tan absurdo como cuestionar la existencia del átomo hoy. Aunque nos frustra mucho dos milenios después, la Biblia no habla mucho del origen de estos espíritus, ni de la serpiente que se le apareció a Eva en Génesis 3, ni del«Adversario» (Satanás en hebreo) que puso a prueba la fe de Job, ni del diablo que tentó a Jesús en el desierto después de su bautismo (Lucas 4). Para bien o para mal, todos forman parte del gran misterio del universo y de la Biblia cuyo origen y propósito no se sabe bien. Lo que sí afirma la Biblia acerca de estos espíritus es por lo menos que existen (Santiago 2:19), que quieren destruir a los hijos de Dios (1 Pedro 5:8-9; Apocalipsis 12:17), que ejercen poder sobre los seres humanos que buscan rebelarse a Dios (Efesios 2:2), que pueden ser vencidos por los hijos de Dios (Efesios 6:11), y que al final serán derrotados por Dios y lanzados al lago de fuego (Apocalipsis 20:10).
Un león
Hasta aquí, hemos visto dos fuentes del mal que hay en el mundo, la rebelión de los seres humanos (representado por el árbol) y las influencias de las fuerzas malvadas (representadas por la serpiente). Pero más allá de eso, la Biblia también nos revela que el mal no solamente nace de las decisiones de los seres humanos, sino que existe otro poder que nos afecta a todos y que nos lleva a tomar esas malas decisiones. Se llama pecado, y vive dentro de cada ser humano dándonos una inclinación hacia el mal sin destruir nuestra capacidad para hacer bien. En Génesis 4 aparece como un león.
Poco tiempo después del primer pecado, Dios expulsa a Adán y Eva del jardín del Edén y conocemos a la segunda generación de seres humanos, Caín y Abel. Resulta que un día Caín y Abel ofrecieron sacrificios al Señor, y el Señor aceptó el sacrificio de Abel, pero rechazó la ofrenda de Caín. Al ver que su ofrenda fue rechazada por Dios, Caín se enojó mucho y el Señor se le apareció y le dijo, «¿Por qué estás tan enojado? . . . El pecado está a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte; pero tú debes dominarlo y ser su amo» (Génesis 4:6-7). En el capítulo tres de Génesis una serpiente ejerció su influencia sobre las acciones de Adán y Eva, y en el capítulo cuatro encontramos a una nueva fuerza mala que trata de meterse en la historia, el pecado. El relato lo describe como un predador, como un león al acecho listo para devorar a Caín. Pero no es como el diablo que se les apareció a Adán y Eva, sino que parece ser una influencia que vive dentro de Caín y sobre el cual puede ejercer su voluntad pero que termina ganando la batalla: Caín asesina a su hermano.
En resumen, esta es la doctrina bíblica del pecado en su forma más simple. El pecado no es solamente el resultado de nuestras malas decisiones (cometí un pecado), sino que es un poder, una enfermedad, un león feroz que vive en nosotros, contra el que luchamos diariamente, y que nos lleva a pecar de miles de maneras. «Todos han pecado», dijo Pablo, «y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). La existencia del pecado explica porque todos nos rebelamos contra Dios, incluso cuando no sabemos por que y cuando quisiéramos actuar de otra forma (Romanos 7), y por ende, por que el mundo está tan lleno de tanta maldad.
Conclusión
Entonces, ¿cuáles son algunas conclusiones tentativas que podemos sacar de esta introducción a vuelo de pájaro del mal? Primero, si bien la Biblia no resuelve «el problema del mal», nos ayuda entender que la causa de la gran parte del mal que vemos y sufrimos en el mundo somos todos nosotros cuando elegimos seguir nuestros propios deseos y caprichos en vez de someternos a la voluntad de Dios. Sin duda ninguna, hay una diferencia enorme y significativa entre la violación y la indiferencia, entre el asesinato y la avaricia. Sin embargo, cada acción (o inacción) que no refleja el amor, bondad, y justicia de nuestro creador, por pequeña que sea, contribuye al quebrantamiento de la creación. Somos cómplices todos. Si quisiéramos que Dios aniquilara todos los malvados que existe en este mundo, ¡seríamos destruidos nosotros también!
Segundo, aunque la Biblia enseña que la mayoría del mal que nos aflige en este mundo es una consecuencia del pecado, no es toda la historia. No explica por qué hay tanta maldad sin sentido, atrocidades que desafían todo razonamiento, como el holocausto judío, el comercio de esclavos (que aún existe), las innumerables dictaduras que han asesinado a miles de sus propios ciudadanos, el genocidio y feminicidio, etc. Es allí donde se ve el escaso poder explicativo del pecado como la única fuente del mal. Obviamente, son seres humanos que realizan tales barbaridades. Pero la Biblia nos revela otra dimensión invisible detrás del mundo visible en que las incontables fuerzas malvadas operan para agravar el quebrantamiento del mundo. Su funcionamiento es un misterio, pero el caos que siembran es demasiado real. Por eso, Pablo nos recuerda en su carta a los Efesios, «Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Efesios 6:11-12).
Por último, sería un error hablar del mal y del diablo sin hablar de él que los ha derrotado. La respuesta más poderosa y eficaz que Dios nos da frente el problema del mal es la vida, muerte, y resurrección de su hijo, Jesucristo. Dios no solamente nos rescató del mal y el sufrimiento de este mundo, bajó del cielo para sufrir con nosotros en la persona de Jesús. En la cruz, Jesús recibió el golpe más fuerte del mal, la muerte, y la venció el tercer día por su resurrección. Como dice el autor de hebreos, «Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida» (Hebreos 2:14-15). Cuando nuestra experiencia del mal nos abruma y somos tentados desesperar frente su magnitud, picadura, y profunda oscuridad, Jesús nos ofrece solidaridad por qué él también experimentó sus dolores. Pero más que eso, Jesús nos da esperanza en medio de tanta maldad por qué ha ganado la victoria contra el mal. Aunque nos cueste creerlo, «la oscuridad se va desvaneciendo y ya brilla la luz verdadera» (1 Juan 2:8).