La paciencia: el fermento del cristianismo

Observaciones sobre la iglesia de los primeros siglos en tiempo de crisis

 

Durante estos días de confinamiento decidí leer La paciencia*, un libro que aborda un tema fascinante y que su subtítulo explicita: el sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio Romano. Su autor, Alan Kreider, pertenece a la iglesia menonita y es un destacado especialista en orígenes del cristianismo. El libro entero es una joya, escrito con rigor académico, agilidad y belleza. En él se dan cita historia, filosofía, literatura, teología y misionología, arrojando mucha luz sobre cómo fue la fe durante los primeros siglos de la Iglesia cristiana. Al tiempo, a la luz de este legado, se aportan reflexiones que iluminan nuestra forma de vivir la fe en la actualidad. Siendo un texto que nos da claves para comprender el pasado y situarnos en el presente de la Iglesia.

Alan Kreider. La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el imperio Romano. Editorial Sígueme, (Salamanca 2017).

Alan Kreider. La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el imperio Romano. Editorial Sígueme, (Salamanca 2017).

Como señala el prólogo, el propósito del texto es arrojar luz sobre la siguiente cuestión ¿qué fue lo que permitió al cristianismo crecer en el convulso Imperio Romano? Esta pregunta ha recibido tradicionalmente tres respuestas: Algunos señalan que el éxito del cristianismo se debió al choque de ideas y la exitosa dialéctica teológica (M. Green). 2) Otros sostienen que fue el celo, la doctrina sobre la vida tras la muerte, su moral austera y organización lo que le dio al cristianismo la victoria (E. Gibbon). 3) Un tercer grupo afirmó que el éxito del cristianismo se debió a su fortaleza psicológica y, tras el siglo V, a su “fuerza física”, respaldada por el poder del Estado (R. MacMullen). ¿Puede añadirse algo de valor a estas respuestas tan sólidas? La tesis de nuestro autor es que sí. En primer lugar encontramos la paciencia, virtud que habría de configurar a todo los que solicitasen hacerse cristianos. A ello se suma el esfuerzo por cambiar el estilo de vida (habitus), que exige apartarse de los usos y costumbres de la sociedad romana. Por último, el rigor de la formación cristiana y el culto como modos de atestiguar la acción de Dios en la historia ayudarían a sostener la opción cristiana antes las oposiciones y grandes adversidades. De este modo, ante la pregunta inicial (¿qué fue lo que permitió al cristianismo crecer en el convulso Imperio Romano?), la paciencia, el estilo de vida, la rigurosa formación y el culto, son conceptos que no podemos olvidar para dar una respuesta significativa.**

Jesús, el Buen Pastor

Jesús, el Buen Pastor

La religión en respuesta a una crisis:

En esta ocasión querría compartir algunas ideas en torno al habitus (forma de vivir), dado que en éste contexto el autor examina el comportamiento cristiano en tiempo de peste, lo cual me parece pertinente dadas las circunstancias que vivimos a nivel global. El contenido se encuentra en las páginas 86-95, bajo el título “La religion en respuesta a una crisis”, comprendidas en el tercer capítulo, Empujones y tirones*. Lo que sigue es una “transcripción personalizada” (resumida y traída a mi lenguaje) del propio texto.

Las epidemias que se produjeron en los siglos II y III en el Imperio Romano constituían una amenaza terrible. La Peste Antonina (166-172) y la Peste de Cipriano (251-270), tenían una tasa de mortalidad situada entre el 25% y 2% de la población. En caso de tratarse de “solo” 2%, esto correspondía a más de un millón de muertos en el Imperio Romano. ¿Cómo se enfrentaría la población a esa “peste omnipresente e implacable”? Paganos y Cristianos dieron respuestas muy diferentes.

 

Paganos: oráculos de Apolo

En Asía Menor la gente acudía a los oráculos para buscar consuelo en tiempos de crisis. De la Peste de Antonina poseemos textos oraculares que resultan esclarecedores. Las ciudades enviaban delegados a los templos más famosos (Carlos, Dídima y Delfos) para buscar consejo. Caída la noche y dándose las condiciones óptimas, el sacerdote ofrecía sacrificios, el profeta entraba en la caverna sagrada y allí escuchaba las ambiguas palabras de Apolo, portavoz de Zeus. Luego el profeta las transmitía a un poeta, que las transformaba en un versos de intrincada retórica, respondiendo así a las cuestiones que los delegados habían planteado. Tras pagar una cuantiosa tarifa, los delegados volvían a sus ciudades llevando la orientación divina para la situación en que se encontraban inmersos.

 

Estos remedios eran simbólicos y culturales, respondían a los actos reflejos de las sociedades y se ajustaban a sus ritos y costumbres. Es decir, los oráculos no ofrecían planteamientos novedosos ni proponían una conducta ética poco usual. Respondían al modo de pensar de la cultura a la que iban dirigidos. En Asía Menor, la peste provocada por la Peste Antonina dejó intacto el habitus (el hábito o forma de actuar y vivir) de aquellas comunidades. La peste pasó, el modo de vivir siguió siendo el mismo.

 

Cartago: el sermón de Cipriano

Ante una nueva peste en la decaída del 250, la iglesia cristiana respondió de un modo muy distinto a los paganos de Pérgamo. Liderada por Cipriano, la iglesia no respondió a la crisis con cultos para aplacar la ira de los dioses, sino actuando para ayudar a la gente que sufría. Esas acciones reforzaron el habitus cristiano (la forma de ser de los cristianos), lo cual no vino dado por la búsqueda de un consejo en algún oráculo, sino desde el propio interior de la fe cristiana.

 

Durante la peste, muchos trataron de protegerse echando a la calle los cuerpos de algunos afectados que aún convalecían; “muchos enfermos y moribundos… pedían la compasión de los transeúntes”, señala Poncio. Ante este panorama, ¿cómo debía responder la Iglesia? 

 

Cipriano, el obispo más importante de África, era consciente de que necesitaba la inspiración de Dios para hacer frente a una crisis así. Y estaba convencido de que si hablaba inspirado por los textos y el ejemplo de la Iglesia y los aplicaba a la conducta de la gente, los cristianos podrían escuchar la voz de Dios y actuar guiados por ella en comunidad. Sabía que los cristianos responderían con valor y paciencia. Y así, Cipriano escribió un sermón para la ocasión.

 

No sabemos si se reunieron a para escucharlo, aunque lo más probable es que se recibiese en “iglesias domésticas” (en casas o talleres, y no en el edificio construido para el culto comunitario, dadas las circunstancias). Tampoco sabemos si oraron, compartieron la santa cena o cantaron. Lo que sí sabemos es que Cipriano transmitió un sermón ante la asamblea, que fue profético y pastoral, centrado en la situación de los creyentes en momentos de peste.

 

Gracias a Poncio, biógrafo de Cipriano, sabemos algunos de los contenidos de este sermón:

 

1) En el sermón, Cipriano no intentó explicar la peste. En su exhortación sencillamente recuerda que Jesús, en el Sermón del monte, había dicho que Dios hace llover sobre justos e injustos. Para Cipriano la cuestión no era por qué se había desatado la peste, sino cómo debían responder a ella los cristianos. 

 

2) Cipriano recordó a la gente la bendición de la misericordia, atestiguada en muchos ejemplos extraídos de la Biblia. A su vez, recordó que la tradición que había caracterizado a los cristianos durante sus dos siglos de existencia, configurando “una organización, única en el mundo clásico, que de forma eficaz y sistemática cuida de los enfermos”****. Los cristianos contaban sobre todo con un habitus fraguado por el tiempo, una forma de ser que les capacitaba para asistir a los demás en tiempos de necesidad. 

 

3) Cipriano llegaría aún más lejos, inspirándose en el Sermón del Monte de Jesús, insistió a la gente que respondiera en este periodo de peligros y sufrimiento imitando a Dios. Los cristianos tendrían que vencer al mal con el bien, y practicar una “clemencia similar a la divina, amando incluso a sus enemigos… y orando por la salvación de sus perseguidores”. La congregación de Cipriano estaba totalmente educada en la doctrina de amar a los enemigos, lo que hizo éste pastor durante la crisis fue aplicar la enseñanza al auxilio a los hermanos en términos concretos. 

 

Poncio nos dice que en su sermón Cipriano trató de “otros temas importantes”, que se omiten en el documento por espacio. Podríamos especular en base a otros temas frecuentes de su obra: ¿recordó Cipriano a su audiencia que debían afrontar la muerte sin miedo?, ¿recordó Cipriano que un cristiano es convincente no cuando habla sino cuando vive, instando así a aplicar lo creído? Sea como fuere, Cipriano respondió a esta crisis invitando a los cristianos a vivir una vida marcada por el habitus de la paciencia: confiando en Dios, renunciando a controlar los resultados, sin prisas, sin dejarse llevar por las convicciones ideológicas, amando a los enemigos. Ignoramos cómo actuó su audiencia, aunque sin duda fue se trató de una respuesta desigual. Sin embargo, algunos entendieron e hicieron el bien a todo tipo de personas. Los cristianos dieron un testimonio encarnado. Su elocuencia radicaba en una conducta que, siendo capaces de explicarla mejor o pero, decididamente planteó interrogantes serios a los paganos que observaban su modo de vivir. 

 

* Alan Kreider. La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el imperio Romano. Editorial Sígueme, (Salamanca 2017).

** Cf. Alan Kreider. La paciencia. 9-13.

*** Ibíd, 86-95. Remito a los interesados al propio texto, y advierto que en adelante no hago más que extraer y sintetizar el contenido de estas páginas. 

**** G. B. Ferngren, Medicine and Health Care in Early Christianity, Baltimore 2009, 114. Cf. Alan Kreider. La paciencia. 92.

 

Jonatán Rodríguez Amengual es español y vive en Palma de Mallorca. Estudió teología en la Universidad Pontifica Comillas en Madrid. Colabora con el Centre Cristià de Mallorca.