El celibato de Jesús

—No todos pueden comprender este asunto —respondió Jesús—, sino solo aquellos a quienes se les ha concedido entenderlo. Pues algunos son eunucos porque nacieron así; a otros los hicieron así los hombres; y otros se han hecho así por causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto, que lo acepte.

Mateo 19:11-12 NVI

 

Acá compartimos un hermoso texto de José Antonio Pagola acerca del celibato de Jesús de su libro, Jesús. Aproximación histórica.

 
La resurrección de Lázaro, Duccio di Buoninsegna

La resurrección de Lázaro, Duccio di Buoninsegna

 

La vida de Jesús fue discurriendo calladamente sin ningún acontecimiento relevante. El silencio de las fuentes se debe probablemente a una razón muy simple: en Nazaret no aconteció nada especial. Lo único importante fue un hecho extraño e inusitado en aquellos pueblos de Galilea y que, seguramente, no fue bien visto por sus vecinos: Jesús no se casó. No se pre- ocupó de buscar una esposa para asegurar una descendencia a su familia. El comportamiento de Jesús tuvo que desconcertar a sus familiares y vecinos. El pueblo judío tenía una visión positiva y gozosa del sexo y del matrimonio, difícil de encontrar en otras culturas. En la sinagoga de Nazaret había escuchado Jesús más de una vez las palabras del Génesis: «No es bueno que el hombre esté solo». Lo que agrada a Dios es un varón acompañado de una mujer fecunda y rodeado de hijos. No es extraño que en la literatura rabínica posterior se puedan leer máximas como esta: «Siete cosas condena el cielo, y la primera de ellas es al hombre que no tiene mujer». ¿Qué es lo que movió a Jesús a adoptar un comportamiento absolutamente extraño en los pueblos de Galilea, y solo conocido entre algunos grupos marginales como los esenios de Qumrán o los terapeutas de Egipto? 

 

 

La renuncia de Jesús al amor sexual no parece estar motivada por un ideal ascético, parecido al de los «monjes» de Qumrán, que buscaban una pureza ritual extrema, o al de los terapeutas de Alejandría, que practicaban el «dominio de las pasiones». Su estilo de vida no es el de un asceta del desierto. Jesús come y bebe con pecadores, trata con prostitutas y no vive preocupado por la impureza ritual. Tampoco se observa en Jesús ningún rechazo a la mujer. Su renuncia al matrimonio no se parece a la de los esenios de Qumrán, que no toman esposas porque podrían crear discordias en la comunidad. Jesús las recibe en su grupo sin ningún problema, no tiene temor alguno a las amistades femeninas y, seguramente, corresponde con ternura al cariño especial de María de Magdala. 

 

 

Tampoco tenemos datos para sospechar que Jesús escuchó una llamada de Dios a vivir sin esposa, al estilo del profeta Jeremías, al que, según la tradición, Dios había pedido vivir solo, sin disfrutar de la compañía de una esposa ni de los banquetes con sus amigos, para distanciarse de aquel pueblo inconsciente que seguía divirtiéndose ajeno al castigo que le esperaba. La vida de Jesús, que asiste a las bodas de sus amigos, comparte la mesa con pecadores y celebra comidas para pregustar la fiesta final junto a Dios, nada tiene que ver con esa soledad desgarrada, impuesta al profeta para criticar a un pueblo impenitente. 

 

 

La vida célibe de Jesús no se parece tampoco a la del Bautista, que abandonó a su padre Zacarías sin preocuparse de su obligación de asegurarle una descendencia para continuar la línea sacerdotal. La renuncia del Bautista a convivir con una esposa es bastante razonable. No le hubiera sido fácil llevarse consigo a una mujer al desierto para vivir alimentándose de saltamontes y miel silvestre, mientras anunciaba el juicio inminente de Dios y urgía a todos a la penitencia. Pero Jesús no es un hombre del desierto. Su proyecto le llevó a recorrer Galilea anunciando no el juicio airado de Dios, sino la cercanía de un Padre perdonador. Frente al talante austero del Bautista, que «no comía pan ni bebía vino», Jesús sorprende por su estilo de vida festivo: come y bebe, sin importarle las críticas que se le hacen. Entre los discípulos que lo acompañan hay hombres, pero también mujeres muy queridas por él ¿Por qué no tiene junto a sí a una esposa? 

 

 

Tampoco entre los fariseos se conocía la práctica del celibato. Hubo, sin embargo, un rabino posterior a Jesús, llamado Simeón ben Azzai, que recomendaba a otros el matrimonio y la procreación, pero él vivía sin esposa. Al ser acusado de no practicar lo que enseñaba a otros, solía replicar: «Mi alma está enamorada de la Torá. Otros pueden sacar adelante el mundo». Consagrado totalmente al estudio y a la observancia de la ley, no se sentía llamado a ocuparse de una esposa y unos hijos. Ciertamente no era el caso de Jesús, que no dedicó su vida a estudiar la Torá. 

 

 

Sin embargo, sí se consagró totalmente a algo que se fue apoderando de su corazón cada vez con más fuerza. Él lo llamaba el «reino de Dios». Fue la pasión de su vida, la causa a la que se entregó en cuerpo y alma. Aquel trabajador de Nazaret terminó viviendo solamente para ayudar a su pueblo a acoger el «reino de Dios». Abandonó a su familia, dejó su trabajo, marchó al desierto, se adhirió al movimiento de Juan, luego lo abandonó, buscó colaboradores, empezó a re- correr los pueblos de Galilea. Su única obsesión era anunciar la «Buena Noticia de Dios». Atrapado por el reino de Dios, se le escapó la vida sin encontrar tiempo para crear una familia propia. Su comportamiento resultaba extraño y desconcertante. Según las fuentes, a Jesús le llamaron de todo: «comilón», «borracho», «amigo de pecadores», «samaritano», «endemoniado». Probablemente se burlaron de él llamándole también «eunuco». Era un insulto hiriente que no solo cuestionaba su virilidad, sino que lo asociaba con un grupo marginal de hombres despreciados como impuros por su falta de integridad física. Jesús reaccionó dando a conocer la razón de su comportamiento: hay eunucos que han nacido sin testículos del seno de sus madres; hay otros que son castrados para servir a las familias de la alta administración imperial. Pero «hay algunos que se castran a sí mismos por el reino de Dios» (Mateo 19:11-12). Este lenguaje tan gráfico solo puede provenir de alguien tan original y escandaloso como Jesús.

 

 

Si Jesús no convive con una mujer no es porque desprecie el sexo o minusvalore la familia. Es porque no se casa con nada ni con nadie que pueda distraerlo de su misión al servicio del reino. No abraza a una esposa, pero se deja abrazar por prostitutas que van entrando en la dinámica del reino, después de recuperar junto a él su dignidad. No besa a unos hijos propios, pero abraza y bendice a los niños que se le acercan, pues los ve corno «parábola viviente» de cómo hay que acoger a Dios. No crea una familia propia, pero se esfuerza por suscitar una familia más universal, compuesta por hombres y mujeres que hagan la voluntad de Dios. Pocos rasgos de Jesús nos descubren con más fuerza su pasión por el reino y su disponibilidad total para luchar por los más débiles y humillados. Jesús conoció la ternura, experimentó el cariño y la amistad, amó a los niños y defendió a las mujeres. Solo renunció a lo que podía impedir a su amor la universalidad y entrega incondicional a los privados de amor y dignidad. Jesús no hubiera entendido otro celibato. Solo el que brota de la pasión por Dios y por sus hijos e hijas más pobres. 

 

José Antonio Pagola. (2013). Jesús. Aproximación histórica. Buenos Aires: PPC Cono Sur., 67-70.