¿Puede que la hospitalidad sirva como metáfora del evangelio?
Si juntáramos todos los textos que hablan explícitamente de la hospitalidad en el Nuevo Testamento, la colección sería relativamente considerable. Pedro exhorta a su audiencia a practicar la hospitalidad «entre ustedes sin quejarse» (1 Pedro 4:9). Para Pablo, la hospitalidad era tanto una característica de los ancianos (1 Timoteo 3:2; Tito 1:8) como un requisito para las viudas que querían ser agregadas a «la lista» para recibir apoyo económico (1 Timoteo 5:10). Y el autor de la carta a los hebreos nos anima a no olvidar practicar la hospitalidad porque, como es bien sabido, «gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (Hebreos 13:2). La hospitalidad no era solamente una tradición marginal u opcional de los primeros cristianos, era una práctica íntimamente conectada con la esencia de la vida cristiana.
Sin embargo, la mayoría de estos textos dan poca explicación sobre la practica en sí. Tenemos mandatos apostólicos a practicar la hospitalidad, pero se supone que el oyente o el lector ya sabe en qué consiste la práctica, cómo se distingue la hospitalidad cristiana de la hospitalidad que se practica en el mundo, y cómo es que un acto tan sencillo llegó a ser tan central al cristianismo.
Más importante aún, si nos contentamos con los mandamientos y no llegamos a reflexionar sobre cómo la hospitalidad es una metáfora instructiva del evangelio, nos faltará la motivación adecuada para cumplir el mandato con gozo y, como dice Pedro, «sin quejarnos». Por lo tanto, hagamos una pequeña reflexión sobre el ministerio de Jesús y la historia de la salvación para ver el evangelio a través del lente de la hospitalidad y así entender mejor su fundamento teológico.
¿Puede que la hospitalidad sirva como metáfora del evangelio?
Un elemento clave de la hospitalidad es la mesa. Para muchos de nosotros, los momentos más especiales en la vida toman lugar con nuestros seres queridos sentados en la mesa: fiestas de navidad, un cumpleaños, un banquete de bodas. La mesa nos une y provee un espacio para convivir, comer y beber juntos, conversar, celebrar y descansar. No es sorprendente entonces que la mesa aparece una y otra vez en el ministerio de Jesús.
El evangelio de Lucas está repleto de escenas con Jesús sentado en la mesa con toda clase de persona. Leví, el publicano invita a Jesús a un banquete en su casa con otros «pecadores» después de su llamamiento a ser un discípulo (Lucas 5:28-29). Simón, el fariseo «ruega» a Jesús que coma con él y Jesús lo acepta (7:36). De hecho, Jesús compartía comida con otros con tanta frecuencia que ganó una reputación calumniosa de ser «un glotón y un borracho» (7:34). La Cena del Señor, por supuesto, se instituyó en una mesa durante la Pascua, una cena muy significativa (22:7-38). Finalmente, cuando Jesús se aparece a Cleofás y su compañero en el camino a Emaús, sus ojos estaban velados hasta que Jesús partió pan con ellos sentado a una mesa (24:29-31).
La mesa llega a ser el punto de encuentro con Jesús durante su ministerio, donde recibe y brinda hospitalidad. Es a la mesa que Jesús recibe a la gente, convive con ellos, enseña sobre el reino de Dios y muestra la inclusión del mismo. Es más, Jesús compara el presente y venidero reinado de Dios a un gran banquete en el que el anfitrión invita a la gente sin importar su estatus en la comunidad (Lucas 14:15-24). En otra parábola, cuando el hijo pródigo vuelve a la casa de su padre, ¿cómo lo recibe? «¡Matan el ternero más gordo para celebrar con un banquete!» (Lucas 15:27).
¿Por qué es tan central al ministerio y mensaje de Jesús la mesa? La mesa no es un atrezo insignificante en la historia, sino el medio de comunión con Dios y los demás. En parte, las Buenas Nuevas son que Dios es nuestro anfitrión benévolo y nos ha invitado a todos, sin importar nuestro estatus o antecedentes, a convivir con Él y con los otros redimidos hoy y para siempre.