Sufrimiento como don

Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.
— 2 Corintios 12:9 NVI
 

Vivimos en una sociedad donde el sufrimiento es una condena a la existencia del hombre, donde la esperanza parece no llegar nunca, donde sufrimiento es sinónimo de fracaso y el fracaso es para los débiles. Este sistema nos enseña, que la debilidad no es "sostenible". Y la forma cristiana de vida, tampoco nos libera del sufrimiento.

 

Pero, debilidad no es cobardía, puesto que se enfrenta a nuestro orgullo. Sin debilidad no puede haber comunión, unión y amor. Sin debilidad ni siquiera cabe Dios, y no cabe, porque precisamente para entrar en nuestra humanidad, tuvo que hacerse débil primero; sometiéndose a padecimientos y abrazando el sufrimiento como una condición que abriría puertas a una nueva visión. Y esa nueva visión fue: Dios con nosotros - Emmanuel.

 

La encarnación y con ella el sufrimiento, es el misterio del GRAN Dios que se hace un niño vulnerable, frágil, sensible, dependiente de los cuidados de una mujer y de un hombre. En la encarnación y con ella la debilidad, Dios rompe toda distancia existente entre lo humano y lo divino. Por lo tanto, el sufrimiento debería ser apreciado más que como una condena, como un don, un regalo, una cualidad, una herramienta de crecimiento. 

 

Pero fuera y aún dentro del cristianismo, todo este rechazo al sufrimiento, esta oposición a la debilidad, es promovida por la subcultura del entretenimiento vacío y farandulero que nos envuelve, que nos presenta un sistema de valores basados en la ideología del poder, la vanidad y el egocentrismo… que nos desenfoca de lo eterno, y nos hace aferrar con gran ansia a dicho valores, como si todo se limitara a este presente. 

 

Sin embargo, este mensaje, no es algo nuevo para el pensamiento del hombre. El filósofo, Federico Nietzsche - siglo XIX, (por mencionar uno de los más influyentes), en un momento de alteración social, promovió el rechazó a la blandura de Dios. Para él, la concepción cristiana de un Dios débil, era señal de fracaso divino y también de libertad para el hombre. Y como profeta de este mundo perdido, fue el primero en proclamar: “Dios ha muerto”, ¡que viva el Superhombre!

 

Este mensaje es lo que se viene proclamando en las distintas esferas sociales: ética, religión, economía, política, etc. . . . Esta proclamación, ha precedido las diferentes crisis sociales, donde se menosprecia al débil para sumar al fuerte.

 

El mundo fantasea de progreso, de fuerza, de avance tecnológico, de un futuro mejor, entre otras cosas; pero el mensaje del evangelio nos ha dado a conocer y a esperar un “fin” próximo, para lo que este sistema y su poder no están preparados. 

 

Por eso la forma cristiana de vida, en contraposición a la fortaleza de este mundo, nos presenta el sufrimiento como un don, donde no es el débil el que suma al fuerte, sino el fuerte el que suma al débil. Donde el sufrimiento bien enfocado, es una herramienta útil al servicio del reino de los cielos aquí en la tierra. Donde confrontarnos con nuestra miseria – debilidad, nos revela nuestro vacío. Un vacío que puede ser destructivo cuando es mal comprendido, pero un vacío que puede ser lleno del sentido divino, para madurar en este proceso de prueba, aguante, resistencia, paciencia, perseverancia y esperanza en el gozo eterno. 

 

Por lo tanto, no aceptar el sufrimiento como parte de la vida, nos impide explotar la esencia de nuestra actual existencia, nos lleva a agotarnos en peticiones y oraciones mal enfocadas que nos frustran. La mala perspectiva del sufrimiento nos conduce a vivir en nuestro caso, un cristianismo de mediocres. El efecto del sufrimiento soportado pacientemente por nosotros los cristianos, nos hace avanzar hacia lo perfecto, hacia la gracia del Dios Fuerte que nos consuela en todas las aflicciones y angustias, puesto que, -Su poder se perfecciona en nuestra debilidad-. “Poder en la debilidad”, ¡una paradoja!

 

Pero el hecho, de que el poder de Dios se muestre en gente débil como nosotros, debería darnos valor para no querer rechazar este don como algo totalmente malo. Ya que, reconociendo nuestras limitaciones, no nos sentimos orgullosos de nosotros mismos. Al contrario, nos volvemos a Dios, a su voluntad, antes que recurrir a cualquier energía, esfuerzo o talento “propio”. Nuestras debilidades no sólo nos ayudan a desarrollar nuestro carácter cristiano, sino que también profundiza nuestra adoración, porque al AFIRMAR nuestra debilidad, AFIRMAMOS la fortaleza de nuestro Dios.

 

Una comunidad cristiana debe caracterizarse, no porque cure, sino porque sus heridas y sus sufrimientos, se convierten en puertas que se abren a esa visión suprema. Así como la vida y obra de Jesucristo. Como iglesia, nuestra confesión mutua, se convierte en una solidaria búsqueda de esperanza, donde el compartir la debilidad es algo que nos recuerda personal y colectivamente, qué somos, y hacia dónde vamos. 

 

Por lo tanto, una vez que el sufrimiento es aceptado y comprendido, ya no es necesaria la negación de nuestra miseria, convirtiéndose esta, en herramienta de servicio que cura desde la herida. Convirtiéndose las marcas del sufrimiento en señal de garantía, así como las marcas en el cuerpo de Cristo son la garantía de su sufrimiento a favor de nosotros. Por lo tanto, seguir a Cristo es estar vinculado al “varón de dolores” de Isaías 53, es entender que el sufrimiento en nosotros no debe ser desconcertante y que este nos conduce por el camino de lo sublime. 

 

Quizá por esto, el verdadero evangelio, la tarea principal de los creyentes, es alentar a las personas para que no sufran por motivos equivocados. Es alentarnos entre nosotros, para no sufrir por causa de falsas ideas en las que hemos basado nuestras vidas. Ideas que hacen referencia a que no debería existir el sufrimiento, la confusión y la duda. Pero que, visto desde otra perspectiva, nuestra debilidad es útil y efectiva para la gloria de Dios, como lo fue en la persona de Cristo, Emmanuel: Dios con nosotros.

 

Eduardo Ramírez Castellanos estudió teología en Córdoba, España y actualmente estudia una diplomatura en filosofía, ciencia y religión en la Universidad Católica de Navarra. Forma parte de una iglesia evangélica en la ciudad de Valencia donde colabora con la enseñanza teológica. Su Instagram: @tatoprotestato