El valor del ayuno consiste no sólo en evitar ciertas comidas, pero en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, está minimizando el gran valor que el ayuno posee. ¡Si tú ayunas, que lo prueben tus obras!
Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de él. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior.
Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lento en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarte en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Sería inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades.
Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros.
Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de qué te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los estatutos, Homilía III, 11-12