Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, lo salvará.»
- Marcos 8:34-35 BJ
Jesús tiene ahora muchos enamorados de su reino celestial pero muy pocos que quieran llevar su cruz. Tiene muchos que desean los consuelos y pocos la tribulación. Muchos que aspiran comer en su mesa y pocos que anhelan imitarlo en su abstinencia. Todos apetecen gozar con él, pero pocos sufrir algo por él.
Muchos siguen a Jesús hasta la fracción del pan, mas pocos hasta beber la cáliz de la pasión. Muchos admiran sus milagros, pero pocos le siguen en la ignominia de la cruz.
Muchos aman a Jesús mientras no haya contrariedades. Muchos lo alaban y bendicen en el tiempo de las dulzuras, pero si Jesús se esconde y los deja por un tiempo, en seguida se quejan o se desalientan.
Los que aman a Jesús por el mismo Jesús y no por algún consuelo que de él reciben, lo bendicen tanto en la adversidad y en la angustia del corazón como en las más elevadas de las alegrías. Y aunque él nunca les quiera otorgar consuelo, siempre lo alaban y le dan gracias.
¡Oh! ¡Cuánto puede el amor hacia Jesús cuando es puro y exento de todo egoísmo y provecho personal!
¿No se debería llamar mercenarios a todos los que siempre buscan consuelos? ¿No demuestran más amor a sí mismos que a Cristo los que calculan siempre sus comodidades y ventajas?
¿Dónde hallaremos alguno que quiera servir a Dios desinteresadamente?
Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, Libro II, Capítulo 11.19, 20