Acá les comparto una breve carta-reflexión para celebrar a los alumnos de la maestría de la RIB: Red de Institutos Bíblicos hoy en su graduación.
Hans Urs von Balthasar en su obra, Gloria, una teología estética, resalta la importancia de la unión de tres elementos de la fe cristiana: la verdad, la bondad y la belleza. La verdad se trata del conocimiento de Dios y de su Palabra. La bondad tiene que ver con la moral cristiana, lo que nos ayuda a vivir de buena manera. Y luego está la belleza.
De los tres elementos, la verdad, la bondad y la belleza, este último es el más descuidado de todos y sin embargo, capaz el más urgente en nuestros tiempos. Estamos acostumbrados a resaltar la importancia de la verdad. Somos estudiantes de teología, es obvio que nos interesa la verdad. Luego sigue que también nos interesa que los cristianos vivan bien, de buena manera ante Dios y el prójimo. Y la belleza, ¿qué es la belleza?
Según el griego de la Septuaginta en Génesis capítulo 1, dijo Dios siete veces que la creación era buena o bella. Los salmos describen la belleza de la creación y la belleza de Dios. Y los cuatro evangelios señalan la belleza de Jesús. ¿Cuál belleza de Jesús? Según Isaías 53, el siervo sufrido de Israel no era muy llamativo por su apariencia. Entonces, ¿de cuál belleza estamos hablando?
La belleza de Jesús radica en el hecho que combinó hermosamente estos tres elementos en toda su perfección. Jesús reunía la verdad, la bondad y la belleza. Juan el Evangelista nos cuenta que Jesús mismo es verdad y también hablaba la verdad. Pero también compartía la verdad con bondad, con amor. En más de una ocasión, Jesús fue movido por compasión. No sólo decía la verdad, sino que la compartía con bondad.
Jesús, no dejando de lado la verdad ni la bondad, supo vivir bellamente. Jesús supo hacer amigos y llorar la muerte de su amigo Lázaro. Supo defender a los inocentes, engrandecer a las mujeres, tomar en cuenta a los niños y cuidar a los pobres que no tenían para comer. Exorcizaba a los endemoniados y sanaba a los ciegos y los cojos. El ministerio de Jesús fue un ministerio bello.
A diferencia de los fariseos que sólo se interesaban por la ciencia de la religión y su buena praxis, Jesús complementaba el conocimiento de Dios con fe y amor. A diferencia de los esenios que buscaban la santidad de Dios de manera sacrificada, Jesús sabía amar a los pecadores, decirles la verdad y hasta compartir la mesa con ellos.
Jesús, acusado de borracho y comilón, es camino, verdad y vida y en todo eso demuestra la belleza de quien es impulsor de la nueva creación.
Hoy se reciben con una maestría en teología. Con el favor de Dios, van a continuar sirviendo y enseñando en los lugares donde Dios los ha llamado. Si yo les pudiera dar un consejo, sería este: no se olviden de la belleza.
La verdad sin bondad y belleza no conmueve el corazón. Las enseñanzas de pura prosa no desafían a los rebeldes. Una vida correcta basada únicamente en la verdad no impacta a los pecadores sino es a través de la belleza de la verdadera santidad que Dios irrumpe en medio nuestro.
No se conformen con la sana doctrina y con el buen vivir, persigan también la belleza, esa cualidad que complementa y resalta las demás. En nuestra era de escepticismo y deconstrucción de la fe, la belleza es uno de los testimonios más contundentes acerca de la veracidad del Evangelio y su eficacia para cambiar el mundo.
Que el Dios de gracia y paz ilumine sus mentes y sus corazones para llevar a cabo ministerios pastorales y pedagógicos que reflejen la belleza de nuestro Señor Jesucristo.
Su hermano y amigo,
Jonathan Hanegan