La iglesia primitiva nació en Jerusalén y se difundió primero en los grandes centros urbanos del imperio romano. En el primer siglo, la calidad de vida entre los moradores urbanos no era muy alta. De hecho, las ciudades eran núcleos de grandes plagas, enfermedades y todo tipo de delincuencia.
Muy pocas personas en las grandes ciudades del imperio romano vivían en casas bien construidas. La mayoría de las viviendas fueron construidas por personas pobres que habían perdido sus tierras en el campo por los altos impuestos exigidos por el imperio o debido a la violencia entre facciones políticas o étnicas. Esas viviendas (como en las villas de miseria o favelas de América Latina hoy) eran muy precarias y susceptibles a los incendios. Tanto los ricos como los pobres temían los incendios urbanos por causa de la cercanía de las viviendas y los materiales inflamables con que fueron construidas generando un mayor riesgo de un incendio incontrolable.
La tasa de mortalidad en las ciudades era altísima. Las muertes por causa de la violencia, las enfermedades y las condiciones insalubres provocaban muchas más muertas que en el campo. Habían baños públicos que eran poco usados y por lo tanto, la gente utilizaba ollas de cámara y luego las vaciaba en los ríos de la ciudad o en las zanjas al lado de los caminos. Muchos residentes que vivían en un tercer piso lanzaba los contenidos de las ollas de cámara por la ventana de su vivienda a la noche, muchas veces para la sorpresa de los peatones.
Además de vaciar las ollas de cámara en lugares como ríos y cloacas abiertas, a veces la gente lanzaba ahí también los muertos. Además de contribuir con el mal olor, atraían moscas y otros bichos que propagaban las enfermedades y plagas. Por eso mucho de los moradores de las ciudades grandes tenían los ojos hinchados, manchas en la piel y a veces carecían de algún miembro de su cuerpo. Muchos también portaban cicatrices tanto debido a las enfermedades como a la violencia común de la escena urbana.
En los grandes centros urbanos siempre había un constante flujo de migrantes recién llegados. Esto daba pie a conflictos entre personas de diferentes regiones y culturas que tenían que convivir en espacios muy reducidos. No faltaban tampoco los carteristas, asaltantes y ladrones comunes. Además de las personas buscando bienes ajenos, habían asesinos profesionales y también una policía secreta que llevaba a cabo asesinatos políticos.
Padecieron dos grandes plagas durante los primeros trescientos años de la fe cristiana. Durante ambas plagas, muchos dejaron a sus amigos y familiares moribundos en sus casas o en las cloacas comunes de la ciudad, huyendo y tratando de escapar la enfermedad. Ni siquiera los sacerdotes paganos se quedaron para pedirle auxilio a los dioses porque se creía que los dioses no se interesaban por el bienestar de los seres humanos.
En ese mundo cruel vivían y florecían las primeras comunidades cristianas no sólo por su profunda fe en la persona de Jesús sino también por la continuación de su obra entre los pobres y marginados de la sociedad. Se estima que los cristianos, al cuidar por las víctimas de las dos plagas, redujeron la tasa de mortalidad por dos tercios. La iglesia era un lugar de cuidado y bienestar donde el pobre podría ir para comer y recibir ayuda. Las iglesias primitivas tenían listas en que estaban anotadas viudas y familias pobres que recibían ayuda de las ofrendas de los cristianos.
Sin embargo, los cristianos no se limitaban a cuidar a los suyos, también se dedicaban a cuidar a los no cristianos. El credo del pobre o del enfermo no cobraba importancia a la hora de prestar una ayuda económica o social. La hospitalidad cristiana estaba abierta para todos, el único prerrequisito era la necesidad.
Muchas veces cuando hoy pensamos en la hospitalidad, pensamos en brindar confianza, amor y alimento a nuestros amigos y familiares. Para los primeros cristianos, sin embargo, la hospitalidad era mucho más arriesgada. Significaba abrir sus casas y sus corazones a personas desconocidas y con mucha entrega y amor, compartir de lo que Dios les había dado.
Cuando el emperador romano Julián (361-363) quería restaurar al paganismo a su antigua gloria, quiso que el imperio reprodujera, a su manera, lo que hacían los cristianos con los pobres y marginados de la sociedad. Sin embargo, según la filosofía grecorromana, la compasión o la misericordia no eran virtudes deseables. Los pobres y los marginados no merecían la solidaridad y mucho menos la ayuda de otros. Los paganos fracasaron al querer crear un estado de bienestar que reflejaba la misericordia cristiana porque no tenían recursos (enseñanzas o filosofías) que pudieran cultivar una especie de «amor pagano» al prójimo.
Mientras para muchos la religión es el opio del pueblo, los cristianos demostraron que fue su misma fe (creencia, convicción y praxis) que mejoró no sólo su calidad de vida, sino también la calidad de vida de las demás personas a su alrededor.
Bibliografía:
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