Si ya pudimos distinguir que los dones que Dios otorga, son un regalo de Él y que deberían ponerse al servicio de su Reino, llegamos a la conclusión de que deberían ser un factor de unidad dentro del cuerpo y no uno que marque sustanciales diferencias. La Iglesia que no puede tener una participación solidaria entre sus miembros, no es una Iglesia que glorifica a Dios.