Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.
Gálatas 2:20 LPB
Si pretendemos estar en Cristo, si pretendemos andar con Jesús, si pretendemos servirle a Jesús, debemos morir a nosotros mismos. Debemos darnos completamente a Él para estar con Él, para caminar con Él y para servirle a Él.
Un monje ruso del siglo XIX escribió que “algunos se conforman con las virtudes exteriores mientras no tienen hambre y sed de la verdad”. En otras palabras, hay cristianos que son serviciales, hospitalarios y hasta enseñan bien la Palabra del Señor, pero no buscan la verdad, no buscan a Jesús quien es la Verdad.
Como estos cristianos que el monje ruso señaló, lamentablemente, existen algunos hermanos predicadores que son el centro de sus ministerios. Son los protagonistas, son la cabeza, son la autoridad, son el medio y el fin. Se preocupan más por hacer escuchar su propia voz que la voz de Jesús. Buscan influencia, honor, procuran ser recordados, reverenciados.
Estos hermanos no sólo engañan a muchos hermanos sino también a ellos mismos. No son capaces de discernir sus propias intenciones, las inclinaciones pecaminosas de sus propios corazones.
¿A qué hemos sido llamados? ¿Acaso Dios necesita un nuevo mesías en cada congregación? ¿Quiere Dios levantar grandes personajes para guiar a su iglesia?
El Mesías ya vino. Jesús es Vía, Verdad y Vida. No hacen falta grandes personajes para guiar a la iglesia. Tenemos a Jesús, el buen Maestro. No sólo corremos el riesgo de querer toda la gloria para nosotros, pero corremos el riesgo de no conocer plenamente el amor y la gracia de Dios, el amor fraternal, el gozo del servicio sacrificado y la paz que Dios en el servicio humilde y desinteresado.
Entonces, ¿para qué estudiar teología? ¿Para qué servir como ministros, maestros y evangelistas?
La verdad es que queremos ser útiles para Dios. Queremos ser plenos partícipes del ministerio de Jesús.
Si queremos servirle a Dios según su voluntad, debemos morir a nosotros mismos y morir a nuestros ministerios, en otras palabras, aceptar la crucifixión de nuestros ministerios.
En el bautismo, morimos a nosotros mismos. Morimos al viejo hombre. Debemos también morir a nuestras ambiciones, a “nuestro ministerio”. Dios no es jefe ni empleador ni tampoco capataz. Es el Padre amoroso que llama a sus hijos e hijas a colaboraren lo que Él está haciendo.
Podemos fácilmente distorsionar la continuación del ministerio de Jesús. ¿Cómo?
· cuando todo se trata de nosotros, cuando somos los protagonistas
· cuando las formas no corresponden al mensaje
· cuando no puede suceder nada sin nuestro consentimiento
· cuando nos preocupa nuestra imagen y autoridad
· cuando nos creemos indispensables e imprescindibles
· cuando necesitamos ser necesitados por los demás
· cuando vamos en automático y dejamos de reflexionar
· cuando hacemos más propaganda en las redes de nosotros que de Jesús
· cuando vemos que los problemas siempre están fuera de nosotros
· cuando calificamos a los hermanos de “a favor o en contra” de nosotros
· cuando temamos tomar unas verdaderas vacaciones del ministerio
· cuando preferimos un ministerio virtual a un ministerio encarnado
· cuando vemos a otros hermanos talentosos como una amenaza
· cuando sentimos que la vulnerabilidad es una debilidad
Algunas preguntas para reflexionar:
¿Se puede servir al rebaño y olvidarse del Pastor? ¿Se puede disfrazar nuestras ambiciones egoístas con matices y lenguaje cristianos? ¿Somos susceptibles al auto engaño del pecado cuando pareciera por fuera que somos tan serviciales? ¿Se puede servir a Dios por los motivos equivocados? ¿Puede nuestro servicio nacer de nuestra propia necesidad y no del amor puro de Dios? ¿Puede ser que Dios sea apenas una excusa para sentirme importante en alguna comunidad o casa? ¿Qué tal llevo las humillaciones y los conflictos, aquellas personas que amenazan mi autoridad? ¿Evito desconectarme de la iglesia por temor que realmente soy prescindible? ¿Busco la afirmación de mi persona y mi ministerio en vez de comunicar el amor sacrificado de Jesús? ¿Utilizo los reportes misioneros para moldear la opinión de los hermanos de mí? ¿Siento la necesidad de comunicar todo lo que hago en público o en las redes, en otras palabras, busco mi recompensa en público o la espero del Señor en privado? ¿Cuán tentado me siento a competir por ser la cabeza la iglesia cuando en realidad es Cristo? Como ministro, ¿capacito a otros para el ministerio o tengo que hacerlo todo yo?
Bibliografía sugerida:
Justo L. González y Zaida Maldonado Pérez. (2003). Introducción a la teología cristiana. Nashville: Abingdon Press.
Henri J.M. Nouwen. (2007). El estilo desinteresado de Cristo. Movilidad ascendente y vida espiritual. Santander: Editorial Sal Terrae.
Henri J.M. Nouwen. (1998). En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana. Madrid: PPC.
Henri J.M. Nouwen. (1998). El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt. Madrid: PPC.
Henri J.M. Nouwen. (2001). El sanador herido. Madrid: PPC.
Henri J.M. Nouwen. (2000). Un ministerio creativo. Madrid: PPC.
Andrew Purves. (2007). The Crucifixion of Ministry. Downers Grove, IL: IVP.