«Ustedes son la sal de la tierra . . . Ustedes son la luz del mundo» (Mateo 5:13-14).
Estoy convencido de que la sal que no pierde su sabor y que, además de dar gusto al mensaje cristiano, impide el deterioro, la descomposición, la corrupción de la tierra, es precisamente la de la locura de las paradojas evangélicas.
Y de la misma manera estoy convencido de que los cristianos, para ser «luz del mundo», no deben tener la pretensión de brillar. Deben olvidarse de la ilusión de dar luz a los otros con la propia inteligencia. E intentar desterrar la oscuridad y el caos que nos rodea con una pizca –abundante– de locura. Se trata, en sustancia, de borrarse del club de los sabios de este mundo y pedir la admisión en el de los necios.
El homo sapiens ha producido desastres notables. Es hora que se aparte, puesto que ni siquiera es capaz de resarcir los daños que ha causado.
La salvación de la humanidad sólo puede llevarse a efecto con la aparición del homo demens, del cristiano que sale de la cáscara de la racionalidad, del cálculo, de las prudencias tácticas, de los equilibrios, de la mesura, del justo medio, y emprende decididamente el camino de la exageración.
El mundo no tiene necesidad de beatos de cuello torcido, ni de intelectuales refinados, bien presentados y con la voz engolada, ni de doctores que prescriben recetas y píldoras con las dosis apropiadas, sino de «locos de Dios», capaces de realizar gestos insólitos, y hasta un poco despreocupados, sorprendentes por su fantasía, escandalosos en su libertad.
Las palabras de Cristo sólo pueden comprenderse, interpretarse y traducirse en una dimensión de necedad y hasta de locura. Por tanto, ¿estás dispuesto a llevar tu contribución activa para componer una necesaria «sinfonía de los locos»?
Alessandro Pronzato, Creer, amar, esperar día a día, Ediciones Sígueme.