Estoy convencido que los cristianos siempre debemos ser opositores políticos. Nuestra lealtad religiosa y sociopolítica ya tiene dueño: el reinado de Dios.
Cuando Jesús venía anunciando el reino de Dios, fue un anuncio político. En el mundo antiguo difícilmente podían distinguir entre lo religioso y lo político porque la religión no era limitada a la esfera privada. Nadie tenía una fe privada ni una «relación personal con Dios». La fe era para vivirla con Dios, en comunidad y en sociedad. No registrar el fuerte carácter político del enunciado de Jesús sería desconocer la integralidad del mismo.
Israel ya tenía un rey y se llamaba Herodes. Si Jesús hablaba de su reino, era una afrenta al rey y al gobierno de turno. No debemos caer en la trampa de los platónicos de querer trasladar el reino de Jesús al cielo y postular que coexiste naturalmente con el reino terrenal de Herodes. El deseo de Jesús era que su reino existiera tanto en el cielo como en la tierra (Mateo 6:9-10). En otras palabras, Jesús concebía a su reino en oposición a los reinos terrenales (cf. Juan 18:33-40).
Si nuestra lealtad le pertenece al reino celestial de Dios que irrumpe en nuestro presente en la tierra (Lucas 17:10-21), esto quiere decir que de alguna forma, como el reino de Dios, nosotros también nos oponemos a los reinos terrenales.
Me preocupa mucho cuando los cristianos y en especial, los teólogos y las teólogas se adhieren totalmente a un gobierno, partido político o ideología política. No quiero sugerir que los cristianos debemos ser apolíticos, sin ninguna preocupación u opinión política ya que también el no interesarse o no opinar remite a una postura política.
Lo que quiero decir es lo siguiente: la propuesta sociopolítica del reino de Dios supera o trasciende la propuesta sociopolítica de cualquier partido o gobierno en todo el mundo. En otras palabras, ningún partido o propuesta política meramente humana puede encerrar ni mucho menos superar la visión de Dios para nuestro mundo.
Hay veces que me simpatizan las políticas de la derecha y a veces las de la izquierda. Y a veces las propuestas políticas ni siquiera pueden reducirse a esa bipolaridad de derecha/izquierda. Pueden ser que algunas políticas son más compatibles con los valores cristianos que otras. De todas maneras, ningún partido político ni líder político es capaz de encarnar totalmente la propuesta integral y liberadora del reino de Dios.
Entonces, ¿me niego a cualquier participación política? Creo que no. ¿Me niego a poner plena confianza y dar un voto ciego a los ideales de un cierto partido o propuesta política? Creo que sí. ¿Qué es lo que nos queda? Una posición crítica dentro de la sociedad que en algún momento, a la consideración de los partidos, sería de oposición.
¿Tengo que pertenecer al establishment político para promover cambios en la sociedad? Creo que el partidismo político no ofrece la única vía a la participación política. (Martin Luther King Jr. es un gran ejemplo de participación política no partidaria que generó grandes cambios en la sociedad civil.)
Hoy en día, ser iglesia representa una opción política bastante radical. Y sí, hay muchas iglesias que forman parte del problema y no de la solución. Pero ser iglesia, como la iglesia primitiva la fue, es una propuesta radical con la capacidad de cambiar el mundo o por lo menos, el imperio actual reinante.
Formar parte de una comunidad de fe que no excluye a la gente a raíz de alguna distinción humana y que busca vivir en amor ágape, shalom y justicia tiene el potencial de influir en la sociedad de una forma mucho más contundente que la política.
La política pretende imponer cambios desde arriba cambiando la realidad circunstancialmente mientras que el proyecto de Dios quiere fomentar cambios desde abajo y de adentro para afuera en las personas. (Esto tampoco quiere decir que estos dos modelos son mutuamente excluyentes.) A fin de cuentas, el proyecto de Jesús es más radical porque implica vidas y mentes transformadas y comunidades que actúan como sal y luz, promoviendo el amor y la justicia de Dios en la sociedad.
Además de ser iglesia, podemos buscar espacios fuera de las cuatro paredes de la iglesia para enseñar la verdad de Dios al mundo (predicación verbal) e instancias para servir al prójimo con amor (respaldar nuestra proclamación del evangelio con acciones).
Efesios 1:9-10 y 1 Corintios 15:28 nos dicen que vamos hacia un momento en la historia del cosmos en que Dios reunirá todas las cosas bajo el dominio de Cristo, cuando Dios será todo en todos. Hasta ahora, no he visto ningún partido con estos deseos como bandera.
No coman el verso de los políticos que su mayor participación política se lleva a cabo en las urnas. Los sueños de Dios para este mundo no caben en sus urnas. Pero tampoco dejen de participar de la misión redentora de Dios a favor de toda la creación.
Bibliografía para seguir pensando el debate:
José Míguez Bonino. (1999). Poder del evangelio y poder político. La participación de los evangélicos en la política en América Latina. Buenos Aires: Ediciones Kairós.
Richard A. Horsley. (2003). Jesús y el imperio. El reino de Dios y el nuevo desorden mundial. Navarra: Editorial Verbo Divino.
Richard A. Horsley y Neil Asher Silberman. (2005). La revolución del reino. Cómo Jesús y Pablo transformaron el mundo antiguo. Cantabria: Editorial Sal Terrae.
Larry W. Hurtado. (2017). Destructor de los dioses. El cristianismo en el mundo antiguo. Salamanca: Ediciones Sígueme.
Gerhard Lohfink. (1986). La iglesia que Jesús quería. 4ta ed. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Rodney Stark. (2009). La expansión del cristianismo. Un estudio sociológico. Madrid: Editorial Trotta.
Otros títulos en inglés de gran valor:
Walter Brueggemann. (2013). Truth Speaks to Power: The Countercultural Nature of Scripture. Louisville, KY: Westminster John Knox Press.
Rowan Williams. (2012). Faith in the Public Square. London: Bloomsbury.
Tom (N.T.) Wright. (2016). God in Public: How the Bible Speak Truth to Power Today. London: SPCK.