La experiencia del amor activo
Una reflexión gracias a Fiódor Dostoyevski
En nuestra era de justicia social, todos se creen activistas. Se sienten orgullosos de estar al lado correcto de la historia. Se sienten complacidos por no ser como las demás personas que piensan o actúan erróneamente.
Pero, ¿qué tal si realmente estamos enamorados del amor y no de una persona en particular? ¿Qué tal si realmente estamos enamorados más de una causa que un grupo de personas en particular? La literatura universal nos puede dar una mano para entender esta compleja realidad.
En la útlima novela de Fiódor Dostoyevski, Los hermanos Karamázov, una «dama de poca fe», forastera y terrateniente le hace una pregunta a un stárets, un guía espiritual en un monasterio en Rusia, para saber cómo podría resolver una incógnita que le atormentaba.
Hemos reproducido el diálogo en su totalidad a continuación:
[Habla primero la dama]. . . –Cierro los ojos y pienso: si todos creen, ¿a qué se debe? Hay quien dice que todo esto se debió en un principio al miedo ante los amenazadores fenómenos de la naturaleza y que no hay nada de lo que se afirma. Pero vamos a ver, pienso: he creído toda la vida, me moriré y resultará que no hay nada, que sólo «crecerá el lampazo en la tumba», como dijo un escritor. ¡Esto es terrible! ¿Cómo recobrar la fe, cómo? Por otra parte, yo creía sólo cuando era pequeña, mecánicamente, sin pensar en nada . . . Pero ¿cómo demostrar eso, cómo? He venido ahora a inclinarme ante usted y pedirle que me responda. Porque, si dejo pasar también la presente ocasión, ya no me responderá nadie en toda la vida. ¿Cómo demostrarlo, cómo convencerse? ¡Oh, qué desgracia la mía! Me detengo y veo a mi alrededor que a todos, casi a todos, todo les da lo mismo, nadie se ocupa de eso, pero yo sola no puedo soportarlo. ¡Es horrible!
[Habla el stárets] –Sin duda es horrible. Pero en esta cuestión, no es posible demostrar nada; sin embargo, es posible convencerse.
–¿Cómo? ¿Con qué?
–Con la experiencia del amor activo. Esfuércese por amar al prójimo de manera activa y sin cesar. A medida que avance en el amor, se irá convenciendo de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. Si, además, llega a la abnegación completa en el amor al prójimo, entonces ya creerá usted sin disputa alguna y no habrá duda que pueda siquiera deslizársele en el alma. Esto está probado, esto es exacto.
–¿Del amor activo? Oh, esto es otro problema, y qué problema, ¡qué problema! Verá: yo amo tanto a la humanidad que, ¿me creerá?, a veces sueño con abandonarlo todo, todo lo que tengo, abandonar a Lise [mi hija] y hacerme hermana de la caridad. Cierro los ojos, dejo correr mis pensamientos y sueño, y en esos instantes siento en mí una fuerza invencible. Ni heridas ni llagas purulentas podrían asustarme. Las vendaría y las lavaría con mis propias manos, sería la enferma de estos seres dolientes y estaría dispuesta a besar esas llagas . . .
–Ya es mucho, y está muy bien que su mente sueño con esto y no con otras cosas. Sin creerlo y sin proponérselo, usted hará en verdad alguna buena acción.
–Sí, pero ¿podría soportar una vida semejante? –prosiguió vivamente la dama, casi con exaltación–. ¡Éste es el problema capital! De todos los problemas, éste es el que más me tortura. Cierro los ojos y me pregunto: ¿resistirías mucho tiempo en este camino? Si el enfermo cuyas pústulas lavas no te responde en seguida con agradecimiento, sino que, al contrario, comienza a torturarte con caprichos, sin apreciar tu filantrópico servicio, si empieza a gritarte, a presentarte groseramente exigencias, incluso a quejarse de ti a algún superior (como a menudo hacen los que sufren mucho), ¿entonces qué? ¿Persistirá o no tu amor? Y ahora figúrese usted que, no sin estremecerme, ya me he dado una respuesta: si una cosa hay que podría enfriar inmediatamente mi amor «activo» por la humanidad no es otra que la ingratitud. En una palabra, puedo trabajar por una paga, exijo en seguida la paga, es decir, elogios, y que se me pague el amor con amor. ¡De otro modo no soy capaz de amar a nadie!
Sufría un ataque de sincera autoflagelación y, dichas estas palabras, miró con retadora decisión al stárets.
–Esto es punto por punto lo que me explicaba, aunque de ello hace ya mucho tiempo, un doctor –repuso el stárets–. El hombre era ya de edad y sin duda alguna inteligente. Hablaba con tanta sinceridad como usted y, aunque bromeaba, lo hacía con un deje de tristeza; yo, decía, amo a la humanidad, pero me admiro de mí mismo: cuanto más quiero a la humanidad en general, tanto menos quiero a los hombres en particular, es decir, por separado, como simples personas. En sueños, decía, he llegado con frecuencia hasta apasionados propósitos sobre el servicio a la humanidad y, quizás, habría caminado hacia la cruz por la gente si ello hubiera resultado necesario en algún momento; por otra parte, sin embargo, soy incapaz de vivir con otra persona dos días seguidos en una misma habitación, lo sé por experiencia. Apenas me encuentro con alguien próximo a mí, ya noto que su personalidad oprime mi amor propio y me corta la libertad. En veinticuatro horas puedo llegar a odiar hasta a la mejor de las personas: a uno porque pasa mucho tiempo comiendo a la mesa; a otro, porque está resfriado y se suena sin cesar. Me convierto, decía, en un enemigo de las personas no bien éstas empiezan a relacionarse conmigo. En cambio, me ha sucedido siempre que cuando más he odiado a la gente en particular, tanto más apasionado ha sido mi amor por la humanidad en general.
–Pero ¿qué hacer? ¿Qué hacer, pues, en este caso? ¿Hay que llegar a la desesperación?
–No, pues basta con que se sienta usted acongojada. Haga lo que pueda y se le tendrá en cuenta. ¡La verdad es que ya es mucho lo que ha hecho, pues ha llegado a conocerse a sí misma tan profunda y sinceramente! Ahora bien, si ha hablado usted ahora conmigo con tanta sinceridad sólo para recibir una alabanza, como acaba de recibirla por ser veraz, desde luego, no llegará a ninguna parte en el camino del amor activo; de este modo, todo quedará reducido a sus sueños y su vida se esfumará como una aparición. Si es así, también se olvidará, naturalmente, de la vida futura, y cuando se acerque al fin se tranquilizará a sí misma de una u otra manera.
–¡Me deja usted anonadada! Sólo ahora, en ese mismísimo instante, cuando estaba usted hablando, he comprendido que yo realmente esperaba su alabanza a mi sinceridad, nada más cuando le contaba que no soportaría la ingratitud. ¡Usted me ha hecho una sugerencia, ha penetrado en mis pensamientos y me los ha explicado a mí misma!
–¿Habla usted en serio? Bueno, ahora, después de semejante reconocimiento suyo, creo que es usted sincera y tiene buen corazón. Si no llega del todo hasta la felicidad, recuerde siempre que se encuentra en el buen camino y esfuércese por no salir de él. Sobre todo, evite la mentira, toda mentira, en particular la mentira consigo misma. Observe su mentira y no deje de mirarla cada hora, cada minuto. Evite también la repulsión hacia los demás y hacia sí misma: lo que en su interior le parezca malo por el mero hecho de que lo vea usted en sí se purifica. Evite el miedo también, aunque el miedo no es más que la consecuencia de la mentira. No tema nunca su propia pusilanimidad en el logro del amor, ni siquiera tema demasiado los malos actos que en este sentido pueda cometer. Siento no poderle decir nada más alentador, pues el amor activo en comparación con el amor soñado es algo cruel y aterrador. El amor soñado anhela la proeza inmediata que encuentra rápida satisfacción y quiere que todo el mundo la contemple. Entonces hay quien llega en realidad hasta a hacer entrega de la vida, sólo a condición de que el sacrificio no se prolongue mucho tiempo y que se cumple rápidamente, como en la escena, y de que todos la miren y la elogien. En cambio, el amor activo es trabajo y dominio de sí mismo; para ciertas personas es, quizá, toda una ciencia. De todos modos, una cosa he de advertirle: en el momento mismo en que vea usted horrorizada cómo, pese a todos sus esfuerzos, no sólo se ha aproximado al fin, sino que incluso parece que se ha alejado de él, en ese mismo instante, se lo predigo, alcanzará usted de pronto al fin y verá claramente sobre sí la fuerza milagrosa del Señor, que siempre ha tenido puesto en usted su amor y siempre la habrá guiado misericordiosamente. Perdona que no pueda estar más tiempo con usted, me esperan. Hasta la vista.
La dama lloraba.
Preguntas para la reflexión:
¿Qué es el amor activo? ¿Cómo se vive un amor desinteresado? ¿Cómo logramos no engañarnos cuando sentimos amor por los seres humanos en general y no por los seres humanos en particular? ¿Cómo fue resuelta la incógnita de la dama de poca fe?
Fiódor Dostoyevski. (2013). Los hermanos Karamázov. Augusto Vidal, trad. Madrid: Alianza Editorial., 75-78.