A mí, personalmente, como cristiano, me preocupa el paradero de Santiago Maldonado. También me preocupa la indiferencia de muchos cristianos que continúan como si nada hubiese pasado. Si servimos al Dios de Jesucristo que ama, cuida, sana y restaura a los pobres y marginados, que exalta a las mujeres y a los niños, que pide justicia y levanta su ira contra la injusticia, debemos evitar la indiferencia. Porque la indiferencia, a fin de cuentas, sólo colabora a los opresores.