La Cuaresma es una oportunidad para entrar en esa historia y de alguna manera mística, ensayar la historia de la salvación. Es una oportunidad para reconocer nuestra finitud y nuestra pecaminosidad. La práctica de la Cuaresma es sombría, pero en realidad, subyace en la experiencia de la Cuaresma una expectativa prometedora. Somos como prisioneros que están a punto de salir de la cárcel. Somos como enfermos hospitalizados esperando su pronta salida para casa.